Desperté casi a las 10 de la mañana, aunque parecía otra
hora, otro tiempo… No estaba segura si era sábado, domingo, o lunes y me había
quedado dormida. Es que los feriados tiene el poder de perderme en el tiempo…
Puse música de fondo para tomar mi earl grey mientras releía, sin prestar mucha
atención, las noticias del día. Solo una remera larga y zoquetes. Un rodete a
medio hacer y aros de perlas. Miraba por el balcón pero no pasaba nadie por
la calle, un silencio casi invernal en pleno otoño. Cuando el reloj dicto las 1
decidí prepararme un poco de pasta solo con aceite de oliva y un toque de
albahaca, un buen vino me haría compañía…
No tenía mayores pretensiones que dejar que el día se
deshiciera en medio de la ausencia, los silencios y el feriado…
Chocolate de postre y sobremesa para exaltar las endorfinas
y (tratar) embriagar los pensamientos…
Una vieja película rosa
y mucho zapping me dicen que el día sabe mejor con buena lectura. Entonces
llega lo inevitable, la media luz de las 7 de la tarde/noche que aclara las
ideas… Y ya no tiene sentido el mensaje sin responder y la llamada perdida. A
veces, los silencios valen más que mil palabras… El libro en mis manos se
cierra sin reclamo y regresa a su lugar en la biblioteca. Comienzo a cantar bajito y bailar, porque nadie me ve y
es mejor así.
Por fin llegan las nueve de la noche yo decido dejarme ir,
no pensar tanto y liberarme de tus pensamientos. La vida es muy corta como para
dejar que se la lleve el miedo…
Sigo cantando bajito y bailando sola, porque nadie me ve…
porque en el feriado es mejor…