El reloj se clavó a las 16,25 pero para ella el tiempo se
detuvo hace rato. Lleva puesta su bata larga, el cabello suelto, y varios recuerdos
en la mirada. Yo la contemplo desde lejos pero ella parece no notarlo. Camina
por la sala con una taza de café en la mano y los ojos clavados en la portada
del nuevo libro, aunque por ahora no lee. Sábados así no se repiten a menudo…
Ella es transparente, metódica, dulce, reservada. Se queda callada
cuando le preguntan por sus planes, no está muy segura que los demás la vean
tal como es. Dice una excusa simple y sigue. Aprendió a no demorarse donde no
pueda amar…
Hoy tiene ese extraño color a melancolía en sus ojos café, hace
mucho tiempo que no brillan así… Yo sigo mirándola desde la esquina de la sala,
y cuando ella me descubre, me regala una sonrisa. La más linda en días. No sé qué
le pasó. No sé quién ésta vez, hechizó su alma… prefiero no preguntar. Es muy difícil
llegar a tocar su corazón guardado bajo diez llaves. Prefiero verla sonreír.
Ella clava sus brillantes ojos en el ventanal y se queda
detenida, como extasiada, mirando derramarse la tarde por el balcón. No ha dicho
palabra en dos horas. Solo sonríe. Solo mira.
Por fin abre el libro que descansa en sus piernas. Sale
de su limbo para entrar en otro. Por primera vez en la tarde la descubro
espiarme de reojo. Le sonrió. Sábados así no se repiten a menudo…