En plena era noventosa del pizza con champagne, yo padecía mi adolescencia. Obnubilada por la frivolidad, soñaba con pasarelas, campañas publicitaria y tapas de revistas. Toda mi humanidad retratada por Rocca – Cherniavsky, en grandes gigantografías por toda la ciudad. Con el tiempo llegarían incluso, las grandes marcas en las capitales de la mona: Milán, Paris, New York...
“El sueño perfecto, para la muñequita perfecta...” Pero... yo no soy perfecta... La madre natura, me negó unos centímetros en las curvas de mi cuerpo, y sobre todo en altura, y en eso no hay bisturí que lo resuelva.
Rodeada por compañeras que si reunían todas las condiciones, formaban parte de las agencias locales, y participaban de los famosos scoutings nacionales, abandoné la idea. Es que eso de pasarme los días a manzana y agua mineral para mantener mi peso, no me convencía del todo. Con tanta lolita alrededor, de más está aclarar que nunca fui Reina de
Más cerca del “Patito feo”, que de la “Barbie”, y convencida que la imagen no lo es todo, decidí mirar hacia adentro, descubrirme: pintar... escribir... soñar... Así fue que al terminar el colegio, mi imagen de chica intelectual estaba muy bien consolidada.
Poco a poco, fui perdiendo contacto con ellas, es que preferí amistades mas profundas. Solo las he visto ocasionalmente en algún encuentro de ex alumnos o algo similar. Chicas perfectas, de carreras perfectas, con matrimonios perfectos, e hijos prefectos, ¿Felices? No lo sé, aparentemente si. Solo un detalle, ahora son ellas las que miran un dejo de envidia en los ojos. A mi, al patito feo, a la intelectual...
¿Será por el hecho que en ellas se nota claramente el paso de los años, y a mi nadie me da más de 25 años..?
No lo sé. No creo que ninguna se atreva a admitirlo...
Foto: Paula Colombini.