La muñeca de porcelana

La paso a buscar, a las once de la noche, puntual como en las citas anteriores. Aunque se conocían hacia tiempo, solo llevaban un par de semanas saliendo. Él sentía siempre esos nervios previos en la boca del estómago antes de verla, antes de sentir el dulce olor a fresias de su piel. Tocó el timbre, y ella lo recibió con una clara sonrisa. Se había vestido para él, tan linda como de costumbre.
Fueron a bailar el lugar que a ella más le gustaba, con la única excusa de disfrutar de la noche. Entre los tragos y la música, llegaron los besos, el contacto de sus cuerpos. El calor subía, un poco por la música, un poco por el alcohol, y hacía brillar sus ojos de placer porque ambos se gustaban y se seducían constantemente. El lugar rebosaba de gente deseosas de bailar al ritmo de la música, pero ellos decidieron que era mejor marcharse.
El auto fue el escenario previo, para el preámbulo de mimos y caricias. Ya en el departamento de ella, y sin testigos, los besos fue el lenguaje elegido, mientras las manos se abrían camino entre las prendas, y éstas poco a poco fueron alfombrando el suelo. Y por fin, él tuvo entre sus brazos su cuerpo desnudo, aquella figura suave y delicada como la porcelana, que desde hacía tanto deseaba. Era tanta su pasión, que apenas pudo percibir el sutil temblor en su vientre, y como se estremecía al besarla. Solo entendió lo que ocurría, cuando él estuvo ya en su cuerpo, y sintió su calor derramarse. La miró fijamente, ella tenía los ojos vidriosos, llenos de amor. Más nervioso que al principio, confirmó su sospecha al ver la mancha roja sobre la blanca sábana de hilo. La muñeca de porcelana, se había transformado en mujer...